Yo siempre preferí
una concepción menos penitenciaria del amor. Su expresión más perfecta
la encontré en una canción en euskera. Esa canción me la enseñó una
amiga de Getaria. Viviamos en Londres y nos enseñábamos canciones. Esa
canción era Txoria Txori, de Mikel Laboa. Recuerdo cierta ocasión,
en Vera de Bidasoa, hace ya tiempo, en que acababa de bajar del
monte, agotado, y quería dormir. Pero en el
salón del hostal había una boda, una boda con baile, con orquesta, como las
de antes, lo que dificultaba mi propósito. Harto de ruido, me levanté y
me puse los pantalones: se iban a enterar esos tipos de lo que era
respetar la hora de la siesta. Según bajaba por las escaleras,
acercándome al salón, el volumen de la música no hacía sino aumentar, y
con él mi enfado. Con la mano en el picaporte, estaba decidido a pedirles que bajaran el volumen, por favor, y lo que hiciera falta. Y entré. Justo en ese momento, todos los presentes se
habían puesto en pie, y estaba cantando, cantaban esa canción: Txoria Txori. Fue sublime, brutal: 200 personas cantando a
coro esa música triste, acerba como la lluvia en la cara. Cuando
acabaron, yo estaba al borde de las lágrimas. Alguien puso en
mis manos una copa de txacolí. Me uní a la fiesta. Ya no quería dormir. Era mejor bailar.
La letra de esa canción dice: "si le cortara las alas sería
mío, ya no se escaparía. Pero entonces no sería un pájaro. Y lo que yo
amo es el pájaro". Y ahora ya podéis escucharla.
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