definición de la Rae

Desacato. (De desacatar). 1.m. Falta del debido respeto a los superiores. 2.m. Irreverencia para con las cosas sagradas.
La literatura o es desacato o no es nada (creo)

martes, 19 de febrero de 2013



LA NOCHE MÁS OSCURA DE SUS ALMAS

Durante varios años viví en Lavapiés. Todos los días cogía un tren en Atocha, a las 8:02. Venía de Alcalá de Henares y su destino era Cercedilla. No era raro oír en ese tren el idioma polaco, con sus imposibles fonemas sibilantes, así como el árabe del Magreb, el rumano, el búlgaro y, por supuesto, el castellano. Yo amo todos los idiomas. Ninguno me sobra. Me gustan sobre todo cuando madrugan, llevan pegada pereza de sueño.
El 11 de Marzo de 2004 yo no estaba allí, pero muchas de las personas que se expresaban en esas lenguas sí que estaban. Ninguna de ellas parecía que tuviese cuentas en Suiza. No creo que nadie les hubiese regalado nunca un porsche. Tampoco parecía que tuvieran asuntos importantes que dirimir con ningún irakí. Más bien eran trabajadores sumidos en sus agobios cotidianos. Muchos de ellos fueron asesinados.
En los días sucesivos recuerdo un Madrid emocionante. La gente en pie de guerra pedía a gritos la verdad, buscaba el contacto de los otros, rodeaba las sedes de los que nos habían llevado a aquella guerra con mentiras baratas, pese a la oposición del 93% de la población, y que ahora intentaban disimular su responsabilidad con el objeto de ganar una mierda de elecciones. Yo no creo en dios (ya me gustaría; sería todo más fácil); ellos, sin embargo, se declaran cristianos. Espero que su dios les perdone, porque yo no pienso hacerlo.
No pienso hacerlo porque no asumieron su responsabilidad; porque cada día aumentaban la indignidad con nueva mentiras ridículas, sustentadas en nada; porque no pidieron perdón; ni dimitieron; ni se apiadaron de los miles de inocentes que murieron como consecuencia de aquellas batallas ingloriosas. Ni una palabra les han dedicado, ni el más pálido o cicatero homenaje en el país de la fiesta y el dispendio. Sí recuerdo, sin embargo, la únanime ovación de su bancada cuando el parlamento aprobó la intervención española en el conflicto, al lado de Estados Unidos y Gran Bretaña, como si fuéramos alguien. Siempre están haciendo el ridículo, lo que no les impide poner también la mano lisonjera.
Hoy Pons ha vuelto a abrinos las carnes, las heridas (ayer fue Arenas). Su discurso era tan ridículo que por un momento la risa nos ha hecho olvidar la sangre derramada. Pero solo ha sido un momento. Luego nos hemos puesto firmes y les hemos escupido a las palabras.



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