definición de la Rae

Desacato. (De desacatar). 1.m. Falta del debido respeto a los superiores. 2.m. Irreverencia para con las cosas sagradas.
La literatura o es desacato o no es nada (creo)

domingo, 24 de febrero de 2013


UN POEMA LLAMADO YUGOSLAVIA

Yo quería ser yugoslavo,
igual que Mirza Delibasic,
y jugar al baloncesto al estilo de Ljubliana,
es decir,
con elegancia, sagacidad y precisión,
y tener una novia eslava,
vestida de konsomolski los sábados por la tarde,
justo antes de ir a cenar borsch y vino de primorska,
y ser independiente de Moscú,
y ganar muchas medallas de oro y plata sin aparente esfuerzo.
Yo quería ser de esos tipos que les robaron a los yankis su juegos patrimoniales,
la llama y la elocuencia del básket posmoderno.

Sí, yo quería ser yugoslavo,
y durante muchos años mantuve viva esa ilusión precisa,
hasta los veintitres años exactamente,
en que me la quitaron a fuerza de muerte y estupidez rampante,
y me dejaro huérfano y helado contra los muros del fango.
Durante mucho tiempo pobló mis pesadillas una imagen elocuente:
“chetniks en al bosque, hay chetniks en el bosque”

Pero aunque ya no quiero ser yugoslavo
(ya no quiero ser nada)
sí quiero ser como Mirza Delibasic,
porque él nunca abandonó la ciudad de Sarajevo,
aunque bien pudo hacerlo,
pues estaba enfermo,
y sus amigos españoles no dejaron ni un día de llamarle.
Nunca abandonó a sus hermanos martirizados.
Yo quiero ser como él:
lanzar a canasta desde una silla de ruedas,
lanzar a canasta desde una tarde de la infancia,
en un solar donde crecen crisantemos,
mientras la ciudad se derrumba a nuestro lado como un cisne invencible
Foto: UN POEMA LLAMADO YUGOSLAVIA

Yo quería ser yugoslavo, 
igual que Mirza Delibasic,
y jugar al baloncesto al estilo de Ljubliana,
es decir,
con elegancia, sagacidad y precisión,
y tener una novia eslava, 
vestida de konsomolski los sábados por la tarde, 
justo antes de ir a cenar  borsch y vino de primorska,
y ser independiente de Moscú,
y ganar muchas medallas de oro y plata sin aparente esfuerzo.
Yo quería ser de esos tipos que les robaron a los yankis su juegos patrimoniales,
la llama y la elocuencia del básket posmoderno.

Sí, yo quería ser yugoslavo, 
y durante muchos años mantuve viva esa ilusión precisa,
hasta los veintitres años exactamente,
en que me la quitaron a fuerza de muerte y estupidez  rampante,
y me dejaro huérfano y helado contra los muros del fango.
Durante mucho tiempo pobló mis pesadillas una imagen elocuente:
“chetniks en al bosque, hay chetniks en el bosque”
 
Pero aunque ya no quiero ser yugoslavo 
(ya no quiero ser nada)
sí quiero ser como Mirza Delibasic, 
porque él nunca abandonó la ciudad de Sarajevo,
aunque bien pudo hacerlo, 
pues estaba enfermo,
y sus amigos españoles no dejaron ni un día de llamarle.
Nunca abandonó a sus hermanos martirizados.
Yo quiero ser como él:
lanzar a canasta desde una silla de ruedas,
lanzar a canasta desde una tarde de la infancia, 
en un solar donde crecen crisantemos,
mientras la ciudad se derrumba a nuestro lado como un cisne invencible

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