En el mismo día dos noticias sobre Miguel de Cervantes, las dos
relacionadas con su ADN fantasma.
En Madrid se cierran servicios de bibliotecas al tiempo que se abren
criptas polvorientas. El legado del vate no está en lo escrito, al parecer, eso
no cuenta, sino en su capacidad para aportar prestigios a los carroñeros.
¿Alguien puede explicar la razón de ese afecto por las reliquias? Una
superstición católica, seguro. En un país que gusta venerar huesos de santos, Cervantes
bien puede ser el santo laico al que adorar en el altar de un ayuntamiento bochornoso.
Puro marketing político para beatas y beatos.
Gente que no ha leído en su vida El Quijote, seguramente, ese inextinguible
universo de palabras inteligentes, pone
los ojos en blanco ante el magno acontecimiento de unos huesos mudos.
Botella dice que esta búsqueda épica (sin éxito posible, puesto que no
hay ADN con el que cotejar los despojos) es una gran aportación a la historia
de España. A su curriculum, en todo caso. Un broche de hojalata a una gestión
olvidable, salvo por aquel memorable sketch del relaxing cup of café con leche,
cuando los juegos olímpicos nos iban a hacer inmortales. O por el spa de
Lisboa, mientras el Madrid Arena era un patio de Monipodio con niñas muertas.
¿Qué hubiese dicho Cervantes en ese trance? Don Quijote se habría lanzado a por
ellos al galope. A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar. Pero antes
habría intentado salvar a las niñas.
La otra noticia la trae otro
genio del humor, Jordi Bilbany. También él se pone a hurgar en los huesos de
Cervantes. Afirma que Cervantes era catalán. Bueno, podría ser, a quién le
importa. Lo que estremece es su argumento. Cervantes es catalán, según el
historiador Bilbany, porque critica todo lo castellano y ensalza todo lo
catalán. Ergo, es catalán. Olvida Bilbany que la buena literatura es siempre
crítica, especialmente con aquello que conoce. Olvida esa vena de la literatura
castellana que es terriblemente crítica
con el país que habita (la picaresca, La Celestina, Cervantes, incluso el
conservador Quevedo); “los heteredoxos” los llamaba Menéndez Pelayo; pájaros
que ensucian su propio nido, que diría Goytisolo. Da igual. Estremecen mentes
tan estrechas como las de Bilbany, pura expresión de hasta dónde puede llegar
el sectarismo nacionalista. Según él, Marsé debe ser paraguayo, puesto que
critica muchos aspectos de la vida catalana. Yo me siento orgulloso de
Cervantes, sí, pero también de Tolstoi, por ejemplo. Qué más da. Lo que causa
orgullo es la capacidad del ser humano para crear inteligencia y belleza.
Vamos a dejarles a los nacionalistas (españoles, catalanes, o de donde
sean) los huesos de Cervantes, para que se peleen por ellos a dentelladas.
Nosotros preferimos leer sus libros.
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