Nunca un accidente de montaña suscitó tanto interés. Nunca un
gobierno movilizó tantos recursos para rescatar a unos escaladores en un
país extranjero. De hecho, puede que fuese la primera vez. Recuerdo
varios ejemplos en los que el gobierno no hizo nada. Ni nadie se lo
pidió, tampoco. Los montañeros serios que van a países pobres saben que
la mayoría de las veces contarán sólo con sus propios recursos y el de
los medios locales, casi siempre escasos y precarios. Es la ley de
la montaña. En 2009 Oscar Pérez moría en el Latok y la movilización
para acudir en su ayuda fue espectacular. Pero de sus amigos y colegas.
Jordi Tossas, por ejemplo, se lo jugó todo, sin apenas aclimatar, para
subir a los 7000 metros donde estaba Oscar malherido. Había volado desde
los Alpes por sus propios medios. El verano pasado un espeleólogo
español aguardó en Perú la ayuda de sus colegas, no de su gobierno. Lo
sacaron vivo. Parece que en este caso, el hecho de que los accidentados
fuesen policías facilitó la ayuda del ministerio del interior. Nada que
objetar, salvo que si se ayuda a unos, hay que ayudar a todos, so pena
que sospechemos corporativismos y distingos inaceptables. Ahora se acusa
a la gendarmería marroquí de negligencia en el rescate. Puede ser. Pero
hay que recordar que el Atlas es un ámbito de recursos medievales donde
la gente muere de desnutrición y frío. Una gente, los bereberes, tan
hospitalara como pobre y orgullosa. Deberíamos quizá preocuparnos de
eso, y del papel de la diplomacia española en el sostenimiento de una
monarquía anacrónica. Sólo la cochera del monarca tiene más recursos que
toda la sanida pública del Atlas. Si Marruecos fuese un país justo, la
gendarmería podría ayudar mejor a los turistas en apuros. Insisto, un
montañero no debería pedir explicaciones a nadie si las cosas se
tuercen. Eso va en el sueldo. Eso va en esta pasión inútil a la que nos
hemos enganchado. Si la ayuda llega, tanto mejor. Si no llega, es el
precio asumido. El precio de ser pájaro. DEP
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