2 años sin subir al Pirineo y 5 sin subir
solo. Desde el refugio de Lizara, valle de Aragüés, rodeo el Bisaurín
para subir por su cara norte y bajar por la sur, si hay suerte. El día
es espléndido y madrugo para pillar la nieve dura,
lo que sucede a medias. 4 horas más tarde estoy arriba, aunque más cansado de lo esperable. Soledad absoluta y viento ligero. La arista de
cumbre es vertiginosa, mejor no caerse. Se supone que tiene que haber
una cruz o algo así, pero no la encuentro. Luego me dirán abajo, en el
refugio, que un rayo la hizo volar, hace unos años. Las vistas son
increibles: destacan al este el Midi d'Ossau y el Balaitous. Reconocer
picos es como reconocer amigos entre la gente. Toca bajar por una
pendiente delicada, pero hay buena huella. Cuando piso hierba, me quito
los crampones y me echo una siesta. Ya en el refugio, lo celebro con unas cañas.
Luego paseo por una pradera llena de bojes y flores: ¿dónde está el
jardinero? Me quedaría a vivir en esta luz. Pero ya estoy de
vuelta en el infierno.
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